Cómo explicamos que... no todo el tiempo es de ellos

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Con frecuencia nuestros hijos nos reclaman que pasemos más tiempo con ellos. En esa tesitura, no es raro que nos preguntemos, a menudo con un agudo sentimiento de culpa: ¿Deberíamos pasar más tiempo con ellos o deberíamos emplearlo en otras cosas, también buenas y necesarias? ¿Cómo decidir lo que es mejor en cada momento? ¿Cómo compatibilizar tantas obligaciones y deseos sin caer en el estrés o en el sentimiento de culpa constante?

Me atrevo a decir que no es tan difícil responder a estas preguntas, siempre y cuando tengamos clara nuestra escala de valores,  la voluntad de regirnos por ella, y nos ayudemos de unas sencillas reglas.

No obstante, antes de enumerar esas reglas, tenemos que reflexionar sobre un principio muy sencillo pero muy profundo y que encierra una gran verdad: “nadie puede dar lo que no tiene”.

Pensamos que el problema es que no tenemos tiempo suficiente para nosotros y para nuestros hijos, y de esa manera planteamos una disyuntiva de difícil solución: o me dedico más tiempo a mí o se lo dedico a mis hijos.  En cualquier caso, haga lo que haga, uno de los dos sale perdiendo. La pregunta es: ¿Es posible que todos ganemos? Debemos cambiar la perspectiva. No se trata de que yo tenga más tiempo para mí, sino de dar un tiempo de mayor calidad a mi familia. ¿Cómo voy a transmitir paz, equilibrio, alegría, justicia y buenos consejos si no hay nada de eso en mi interior? En tal situación es casi preferible no dedicar tiempo a la familia. La cuestión, por tanto, no es elegir entre mi tiempo y su tiempo, sino buscar el modo en que sea de calidad.

Para lograrlo es imprescindible buscar “tiempos” para construir en nuestro interior esa persona que queremos ser para nuestra familia. Tiempos de silencio, de soledad, de oración, de lectura, de conversación profunda con nuestro esposo/a… ¿Es eso tiempo para nosotros? Sí, pero también y, sobre todo, es tiempo para los demás, pues lo que estoy haciendo es preparar un regalo para las personas que quiero, buscando las palabras, la sonrisa,  la caricia y el consejo que necesitan…y no lo hago por mí sino por ellos.

Si no cuidamos estos tiempos acabaremos desfondándonos, gritando, echando la culpa de nuestra frustración a otros, y un largo etcétera que todos conocemos.  Debemos preguntarnos cuánto tiempo dedicamos a preparar las conversaciones de cada día, los encuentros importantes, cómo escuchamos, en qué situación se encuentra nuestro corazón… todo eso determinará el tiempo dedicado a los hijos. Ellos no necesitan mucho, de hecho necesitan experimentar solos y tener una cierta autonomía (¡cuidado con la sobreprotección!). Lo que necesitan es un tiempo de altísimo calidad aunque sea breve. Un padre que llega tarde del trabajo pero ha preparado en su cabeza y en su corazón los 15 minutos que pasará con sus hijos puede hacer más bien en ellos que un padre que llega pronto y no les presta demasiada atención o desahoga en ellos sus problemas. Como afirma el viejo adagio, lo importante no es la cantidad sino la calidad.

Veamos ahora las reglas que pueden ayudarnos:

  • Planifica el tiempo con inteligencia, reservando el espacio necesario para cada área importante de la vida. Hay muchas herramientas tecnológicas que pueden ayudarnos en este sentido.
  • Vive y disfruta el momento presente. Vivir anclados al pasado nos deprime, y huir hacia el futuro nos llena de ansiedad. No es fácil, pero vale la pena el esfuerzo. El momento presente es el único que puede darnos paz.
  • Fija los objetivos familiares y de cada uno de los hijos en pareja y revísalos de vez en cuando, para mantener el sentido y el rumbo.
  • El tiempo no se tiene, el tiempo se saca. Si esperamos a tener tiempo para hacer las cosas, posiblemente no lo tengamos nunca.
  • Compórtate como el padre que quieres ser, cuidando los planes en familia y con cada uno de los hijos, conociendo los detalles de su vida, y celebrando los momentos importantes. La afectividad es uno de los aspectos clave en la relación familiar. Es importante cuidar las palabras, los gestos y el cariño.
  • Trabaja la escucha activa y empática, poniendo todos los sentidos en las conversaciones con los demás.
  • Evita el estrés, que hace que no se aproveche bien el tiempo. Cuida los momentos de relajación, desconexión y descanso.
  • Cuida el matrimonio, pues sobre él se edifica la familia. Un matrimonio con buena salud evita muchas discusiones y ahorra mucho tiempo y energía.
  • Cultiva el trato, la convivencia y la comunicación con otras familias con las que compartáis lo importante.
  • Busca apoyo en movimientos y/o actividades que ayuden a fortalecer los lazos y los valores familiares.
  • No veas el aburrimiento de tus hijos como una amenaza, sino como una oportunidad para sacar su lado flexible, creativo y resolutivo.
  • Aprende a poner límites. Decir “no” es bueno y necesario, aunque a veces cueste.
  • Conoce y acepta la bondad y necesidad de las diferentes etapas de la vida, pues ayudan a madurar en la entrega a los demás.

Cuando los hijos perciban que sus padres se guían por estas sencillas reglas, se sentirán comprendidos y amados. Ese amor liberará una cantidad de tiempo inimaginable y de una calidad sublime. La afirmación evangélica de que la verdad nos hará libres es equivalente a decir que el amor nos hará libres, incluso de las ataduras del tiempo. Y en eso consiste la verdadera felicidad.

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