Cómo explicamos... que el matrimonio no es un camino de rosas
Como padres deseamos con todo el corazón que, cuando nuestros hijos descubran su vocación, tengan la formación, la madurez y las virtudes necesarias para entregarse plenamente a ella y sean capaces de perseverar con amor en los momentos de crisis: sin tirar la toalla y sin desviar el rumbo.
¿Cómo conseguirlo? Esencialmente a través de nuestro ejemplo constante, manifestado en las pequeñas y grandes cosas del día a día, porque es ahí donde podemos dar testimonio creíble e ilusionante de nuestro amor. A veces no otorgamos suficiente valor al ejemplo, bien porque pensamos que los grandes discursos tienen más eficacia, bien porque no nos sentimos capaces de darlo, bien porque no nos damos cuenta de hasta qué punto impacta en otras personas. Pero, si reflexionamos en profundidad, nos daremos cuenta de que todas las grandes decisiones que hemos tomado en nuestra vida traen causa de otras personas que nos han mostrado el camino a seguir. Como dijo Pascal, el corazón tiene razones que la razón no comprende, y podemos añadir que existe evidencia científica de que la razón se utiliza muchas veces para justificar decisiones que se han tomado previamente en el corazón. El corazón, en sentido bíblico, es el lugar donde se alojan la emoción, la voluntad y la conciencia. Y estas sólo se activan cuando son interpeladas por otro corazón. La verdadera comunicación entre personas, la más profunda, tiene lugar no con palabras humanas, sino de corazón a corazón. De esta verdad podemos encontrar numerosas expresiones en la vida diaria. Por eso, un corazón bello, bueno, y fiel a la verdad, tiene la capacidad de atraer misteriosamente a otros corazones. Y por eso el ejemplo es vital.
Así que ¡manos a la obra! Amar no es fácil, pero tenemos toda la vida para aprender, y no hay mejor manera de hacerlo que amando a los que nos rodean. Y cuando se trata de un proyecto tan grande como es el matrimonio, aprender requiere fe, formación, esfuerzo y constancia.
Nuestros hijos nos ven todos los días, cuando sonreímos y cuando estamos enfadados, cuando discutimos entre nosotros y cuando disfrutamos juntos. Y como desde pequeños aprenden por observación e imitación, se van quedando con detalles, con formas de mirar, de hablar, de comunicar, con maneras de expresar el afecto y un largo etcétera. Así que tenemos que ser conscientes de que ellos nos miran, aprenden de nosotros y nos imitan. E, inevitablemente, lo que hagamos será, en buena parte, lo que harán ellos después.
Nuestros hijos pueden ver y saber que estamos pasando un mal momento pero, por encima de todo, lo que tienen que ver, es que nos queremos. Eso es lo que les da tranquilidad, estabilidad y seguridad.
Debemos tener en cuenta que nuestros hijos también están expuestos a numerosos ejemplos de matrimonios tóxicos, o incluso de formas de convivencia muy alejadas del verdadero matrimonio. ¿Cómo luchar contra estas influencias negativas, cómo no desesperar ante tantas dificultades? La respuesta es más sencilla de lo que parece: en el ejemplo. Porque ahí es donde pueden ver que los corazones se comunican, que pueden transmitir la verdad, bondad y belleza del auténtico amor.
La prueba del algodón para ver los frutos de este ejemplo que queremos dar a nuestros hijos consiste, en un primer momento, en observar cómo se desenvuelven en las relaciones familiares: con nosotros, con sus hermanos y con las personas más cercanas. En un segundo momento, en observar sus relaciones en el colegio, con sus profesores, amigos y compañeros. Y en un tercer momento llegará la elección de estado de vida, bien en la vida religiosa o sacerdotal, o bien en el noviazgo que precede al matrimonio.
Será durante el noviazgo cuando experimenten en primera persona lo que han estado viviendo a través de nuestro ejemplo, desde el día de su nacimiento. Que el matrimonio no se basa (sólo) en sentimientos, sino que es un Sacramento, y que por ello requiere poner a Dios en el centro, y no sólo amar, sino “querer” amar, aún (y sobre todo) en los momentos difíciles. Y así un día tras otro, nos verán en los momentos buenos disfrutando y dando gracias y, en los malos, luchando, con paciencia y confianza, y siendo capaces de pedir ayuda si en algún momento la necesitamos.
Los hijos aprenden y mucho de la lucha de los padres. Aprenden que discutir es bueno, que a veces puede derivar en alguna discusión más fuerte, y que cuando eso ocurre, el perdón es imprescindible. Los hijos entonces aprenden, lo que significa (y lo que cuesta) pedir perdón y perdonar. Aprenden a amar dando el cien por cien de lo que se tiene y de lo que se es. Si nos ven a nosotros hablar, luchar y buscar soluciones, aprenderán a hacerlo ellos también. Y no verán las crisis como un túnel oscuro, sin salida, sino como una oportunidad para crecer en el amor.
No debemos tapar las crisis, esconderlas o hacer como si no existieran. Porque entonces nuestros hijos no las reconocerán como algo propio de la condición humana y relacional, y cuando entren o pasen por una, intentarán huir o caerán en depresión.
La mayoría de las crisis matrimoniales tienen solución y, aunque aparentemente no la hubiera, si los hijos han visto la lucha de sus padres para intentar solucionar los conflictos, habrán aprendido mucho.
Habiendo recorrido este camino de alegrías y de luchas, serán capaces de, cuando llegue el momento, elegir bien, teniendo la capacidad y las herramientas para poder vencer las batallas que se vayan encontrando. Y si entrenan desde pequeños y lo viven bien en el noviazgo, la probabilidad de éxito en el matrimonio, de ser verdaderamente feliz, será mucho mayor.
Para concluir: vale la pena hablar con los hijos sobre el matrimonio, explicándoles en profundidad, con ternura y de manera adecuada a su edad, su inmensa belleza, su verdad, su bien, que hace que merezca la pena luchar sin descanso para superar las crisis que, sin duda, llegarán.
Paloma de Cendra
Soy esposa y madre de 4 hijos, psicóloga y Terapeuta Individual, de Pareja y de Familia. Trabajo en la consulta con el Dr. Poveda, colaboro en un COF, soy Perito del Tribunal de la Rota, profesora en la UNIR y escribo artículos en Hacer Familia.
También tengo un blog ¡Qué bello es vivir!, cuyo objetivo es recordarnos lo que somos alrededor de una idea sencilla y grande a la vez: ver lo que serían otros si nosotros no fuéramos. Es un canto de amor a la vida y a la esperanza.
Mi vocación es la persona y sus relaciones, el matrimonio y la familia. Me apasiona mi trabajo, soy feliz con mi familia y con las familias que se ponen en mis manos.
Vivo dando gracias.
www.lapovedaformacionydesarrollo.es