Educar para un liderazgo de servicio

¿Qué significa ser líder? Sin duda, una de las características que debe aparecer en cualquier definición de liderazgo es la influencia. Liderar es influir para que otros trabajen con entusiasmo en favor del bien común. Quien no influye, no lidera. Y queremos que hijos y alumnos sean, con su autoridad, personas dignas de seguir e imitar.

Justificando un poco el título de este breve artículo: ¿por qué liderazgo de servicio? Todos tenemos la experiencia de lo que arrastra y mueve una persona alegre, auténtica, atenta, serena, con voluntad, e incluso, con sentido del humor. A todos nos gustaría que nuestros jefes fueran así, comprometidos, con iniciativa, que saben exigir con medida y oportunidad, pendientes de las necesidades legítimas de sus subordinados y de los eventuales clientes. Ese jefe, que se habría ganado el título de líder, necesariamente tiene una mentalidad grande de servicio: sabe dejar a un lado comodidad e intereses personales en beneficio del compromiso adquirido como líder. Ese servicio, que conlleva un sacrificio no pequeño, llena la vida de misión y sentido, y ese líder experimenta así un gozo profundo y satisfacción.

¿Un líder nace o se hace? ¿Puede enseñarse el liderazgo en la familia y en la escuela? Sin duda hay algo de innato, pero llegar a ser líder puede ser fruto de un entrenamiento adecuado y de una buena autodisciplina. El liderazgo se puede aprender. No es solo cuestión de estilo (temperamento, carismas o posesiones), sino de sustancia, de carácter.

En el aprendizaje del liderazgo pesa mucho el ejemplo recibido en la familia y la escuela. Por eso el cuidado de los detalles en nuestro día a día –siendo conscientes de que hay ojos que nos observan-, nuestra dedicación de tiempo a los niños y adolescentes, será un requisito importante para que aprendan a ser líderes.

Cuantas más virtudes, valores o cualidades tenga un niño o adolescente, mejor líder será. Aquí van seis aspectos, con detalles concretos, que pueden trabajarse en la educación para un liderazgo de servicio:

Responsabilidad y fortaleza. Colaborar con las tareas y encargos de casa o del colegio, sin escaquearse, aunque no les apetezca; terminar bien los últimos detalles en las tareas y el estudio; no hiperprotegerles con ayudas innecesarias que deseducan, dejando controladamente que se equivoquen, y así aprendan de los errores; no ver dificultades, ver retos; mantener la serenidad o recuperarla con rapidez a la hora de las dificultades: una mala nota, un desprecio de un compañero o hermano, una derrota en el deporte, una comida que no está buena o no les gusta; que hagan la cama a diario (a partir de una determinada edad); no comer habitualmente entre horas…

Integridad y pensamiento crítico. Enseñar a hijos y alumnos a mostrarse como son, con naturalidad, sin buscar aparentar, sin miedo a discrepar o ir contracorriente; mantener la palabra dada (sentido del compromiso) a la hora de quedar o seguir en un equipo; no hablar mal de nadie a las espaldas; todo lo anterior inspira confianza, clave en un líder. En la misma línea, un líder tiene opiniones y criterio propios, y es coherente con ellos; conoce bien a las personas; y la lectura ayuda a estructurar el pensamiento, aporta pensamiento crítico, fomenta la creatividad, además de facilitar la buena comunicación oral y escrita.

Empatía, simpatía y habilidades sociales. Consecuencia, en definitiva, de tener corazón y saber querer. Implicará escuchar activamente, haciéndose cargo realmente de los sentimientos, situaciones y puntos de vista de los demás. Alegría, optimismo, sentido del humor, flexibilidad, no querer llevar siempre la razón y tener la última palabra, ser oportunos a la hora de intervenir, no hablar ni demasiado ni poco, hablar con seguridad. A esto se le puede sumar el adecuado manejo de los sentimientos en las relaciones con los demás, controlando los enfados o los estados de ánimo, con serenidad a la hora de debatir o discrepar, etc.

– Respeto y generosidad. Hacer a los demás como nos gustaría que hicieran con cada uno; tratar y considerar a todos como si fueran importantes, porque realmente lo son. Dejar el mejor sitio en el coche a un hermano; compartir unas golosinas con los hermanos y amigos; prestar las cosas (una raqueta de pádel, la bici o una sudadera) con alegría; explicar a un compañero; ayudar a recoger algo caído a alguien; dejar el sitio en el transporte público a una persona mayor; a medida que vayan creciendo, participar en actividades de solidaridad de manera que dediquen tiempo a otras personas…

– Capacidad de tomar decisiones. En aspectos que no tengan excesiva trascendencia, dejar que ellos elijan: ropa, preguntarles qué se puede hacer para mejorar algo, en qué equipo de fútbol meterse; dejar que se expresen, preguntándoles la opinión; que pidan ellos en un restaurante, etc.

– Realizar actividades en grupo. Las actividades relacionales facilitan saber tratar a los demás y trabajar en equipo. Participar en deportes colectivos, organizar juegos de mesa en casa, charlar o estar con los amigos, etc., facilitan este aprendizaje. En cambio, un exceso de pantallas (tablet, consolas, móvil, ordenador, televisión) redunda en unas habilidades de socialización más bajas.

Bibliografía:

  • “La paradoja: un relato sobre la verdadera esencia del liderazgo”, de James C. Hunter, ed. Empresa Activa.
  • “Liderazgo ético, la sabiduría de decidir bien”, de Alfred Sonnenfeld, eds. Encuentro, S.A.
  • “El liderazgo en los niños, cómo formar a un líder”, Hacer Familia, enero de 2015.

 

Jesús Carnicero

Estudié Ciencias Físicas en la Universidad Autónoma de Madrid, y ahí también defendí la tesis doctoral en Física de Materiales. 
Me gusta el mar, la montaña, leer y hacer deporte (sobre todo fútbol, bici de montaña y esquí). Disfruto mucho con la educación, y desde 2006 doy -principalmente- clase de Matemáticas y Física en Secundaria y Bachillerato. Actualmente trabajo en El Prado. También doy alguna clase desde 2017 en el Máster de Profesorado de Villanueva.